Por
todos es conocida la alta calidad del sistema educativo finlandés, así como la
calidad de otras instituciones del país, que han contribuido al desarrollo de
una fuerte economía, lo que repercute en un alto bienestar social y nivel de
vida.
El éxito de tal sistema no es, como podría
pensarse, la inversión económica del país sobre sus alumnos; es más, tal
inversión es menor que en otros países vecinos. El éxito responde a una serie de aspectos que en conjunto construyen una educación de calidad.
En primer lugar, cabría destacar la
existencia de una ley educativa estable, es decir, que no cambia aun habiendo
cambios de gobierno. De esta manera la educación no sigue unas directrices
marcadas por la ideología y los intereses políticos del partido de turno.
Por otro lado, es significativa la gran
autonomía de los centros y profesores, quienes
organizan y controlan los planes de estudio según las necesidades de sus
alumnos. Esta gran autonomía de decisión por parte de los profesores hace de
ellos profesionales motivados, satisfechos con su profesión e interesados en
tener una formación constante, es decir, tratan de mantenerse al día y ser
conscientes de los cambios producidos en la sociedad y la educación con la
única intención de mejorar continuamente. Mantienen, asimismo, una relación
cercana y de familiaridad con los alumnos y sus padres pues, según confiesan
los propios docentes, lo que les llevó a escoger la profesión no es el amor a
la materia que imparten, sino el amor a la figura del alumno. De tal manera que
más que expertos en la materia, son expertos en la infancia y quizás ello sea
unos de los aspectos más determinantes del éxito del sistema educativo del país.
Respecto a los futuros profesores de instituto, además de la formación en la
materia que impartirán, deben estudiar entre uno y dos años de pedagogía en la
facultad de educación. En definitiva, la vocación docente es un requisito
indispensable para acceder a la profesión dada la especial importancia que se
le confiere en el país a la educación, y por ello a la figura del profesor,
siendo una de las más respetadas.
En cuanto a los alumnos, cada uno es igual
de importante. Se busca la oportunidad de igualdades y se estudian las
necesidades reales de cada uno de ellos, de manera que ninguno queda excluido
del sistema. Los profesores emplean un gran esfuerzo para que todos los alumnos
sigan un mismo ritmo, y ninguno quede atrás. Así pues, es fundamental la detección precoz de posibles problemas de
aprendizaje. Aquellos alumnos que desde temprana edad muestran grandes
dificultades reciben una educación especializada por docentes cualificados para ello. Estos
alumnos se sitúan en un aula independiente (de 5 alumnos como máximo) aunque dentro del
mismo centro, de manera que en aquellas actividades donde las dificultades no
son patentes (manualidades, educación física, etc.) se integran con el resto de
alumnos. Para aquellos otros alumnos que
sin tener dificultades generales de aprendizaje
sí presentan alguna dificultad concreta en una materia, reciben la
asistencia de un auxiliar de apoyo.
Otro aspecto significativo es la presencia
de consejeros en las escuelas secundarias (uno por cada 200 alumnos). Dichos
profesionales están disponibles para aquellos alumnos que busquen orientación en
sus estudios y están obligados a entrevistarse con el niño al menos dos veces
durante el curso escolar.
Si bien uno de los grandes secretos del
éxito del sistema educativo finlandés es el carácter activo de las clases. En éstas
el profesor no ejerce un papel meramente magistral, sino que se presenta como
otro recurso más dentro del aula al que pueden acceder los alumnos para
complementar su formación. El profesor anima a los alumnos a la participación y
utilización de los medios de conocimiento presentes en el aula, construye una atmósfera donde el aprendizaje es variado, ameno, y nunca se presenta como una
obligación forzada. Así pues, el alumnado posee una gran autonomía de aprendizaje,
pues tiene un gran poder de elección para regir sus estudios. Este hecho se acentúa
con la edad y madurez. A partir de los 13 años, los alumnos pueden elegir entre
variadas asignaturas optativas que le permitirán ir especializándose en una
materia de cara al futuro. Algunas de estas asignaturas son música, deporte,
dibujo, idiomas, nuevas tecnologías, etc.
Respecto al sistema de evaluación, en
Finlandia, hasta los 9 años los niños no se someten a evaluación.
Posteriormente, y hasta los 11 años, son evaluados, aunque sin calificaciones
numéricas. De esta manera se evita que desde la infancia se genere angustia y
tensiones ante los controles y se rechace como algo negativo el aprendizaje y
el ámbito escolar. Lo importante a esta edad es procurar que los niños
desarrollen su curiosidad y deseo de conocer a través de diferentes
materias como la música, el deporte, la
pintura, las manualidades, la lengua, etc.
Cuando alcanzan la edad de 13 años comienzan
a ser evaluados mediante notas numéricas
desde 4 hasta 10 puntos, de manera que las notas más bajas entre 0-3 no existen
pues consideran innecesario crear una graduación de la ignorancia. El 4 por
tanto, refiere la necesidad de conseguir un conocimiento no adquirido. Una vez
en el instituto, cada seis semanas dedican una a someterse a exámenes diarios.
Tras tres horas de examen el resto del día lo pueden dedicar a lo que deseen
con el fin de evitar sobrecargarlos, y fundamentalmente, el sistema de evaluación valora más lo que
sabe el alumno que lo que no sabe.
En definitiva, las claves del éxito del
sistema educativo finlandés son muchas, pero ante todo prima el hecho de que el
centro de la educación lo ocupa el alumno y lo importante es su desarrollo como
individuo. El alumno de escuela es alguien que, siendo respetados sus ritmos de
aprendizaje, desarrollará una serie de
competencias gracias a la estimulación, guía y constante atención de una serie
de profesionales que ante todo aman lo que hacen.
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